Un día tras otro había transcurrido, en los que las olas no habían aparecido en el Mar Cantábrico. Durante dos semanas las predicciones continuaron igual. En algún momento concreto y aislado aparecieron tamaños pequeños, de apenas medio metro y con poca fuerza. Los niños en la playa jugaban en el agua, cerca de la orilla; y a lo largo de ese tiempo. Para el resto, la observación y la espera sustituyó a la acción.
Entrando en la tercer semana, una pequeña borrasca iba llegando por el Atlántico Norte. Para el martes, los servicios meteorológicos aseguraban lluvias y un descenso de las temperaturas. Con este escenario las buenas condiciones para hacer surf parecían retornar, sólo faltaba conocer cual sería la realidad del mar.
La semana comenzó con pequeños chubascos a última hora del día. El martes, el tiempo había mejorado levemente y las nubes de un color blanco grisáceo ocupaban parte del paisaje. El Sol calentó hasta el mediodía y por la tarde, las nubes; ya oscurecidas, ocupaban la mayor parte del cielo. Un bochorno pegadizo animaba a tomar un baño. Con este panorama, me dirigí a la playa. Coches yendo y viniendo; buscando un lugar donde aparcar, gente andando, charlando y ocupando hasta la última baldosa de la localidad. Surfers ya vestidos para el agua, con el equipo debajo del brazo, trotaban hacia el mar. Así se vivía la última semana del mes de agosto en Somo. Yo, por mi parte, quería disfrutar todos los momentos de surf; si volvían las olas.
Llegando al parking principal, encontré un hueco, aparqué el vehículo y me asomé al agua. El tacto rugoso y sedante de la arena acompañaba a un ruido constante y caótico que se oía distante. Las vistas borraron los recuerdos de la templada espera y una alegría callada me paralizó un instante. A lo largo del arenal llegaban las olas en serie, por todas partes surfers en el agua; haciendo maniobras, esperando, charlando. La abundancia de zonas hizo difícil la elección. Preparé el equipo y caminé ligero hasta el agua. Situado a cien metros, a la derecha de la entrada principal, encontré un lugar poco ocupado. Fui remando con buen ritmo, subiendo cuestas de agua, haciendo la cuchara, hasta llegar a un área de reposo.
A pesar de haberse nublado el día, la gente continuaba en la playa. Una algarabía de jovialidad se observaba desde el agua. A doscientos metros de la orilla, sentí caer unas gotas. Un lluvia fina atravesó la distancia que hay hasta los chalets de la línea de playa. Para entonces, la mitad de la gente había recogido sus cosas y se había marchado. Después la humedad adquirió peso.
Surf & Fog. I
Reino Unido» width=»25″ height=»25″ class=»alignnone size-full wp-image-518″ />One day after other one had passed, in which the waves had not appeared in Cantabrian Sea. For two weeks the predictions continued equally. In some concrete and isolated moment small sizes appeared, of scarcely half a meter and with little force. The children in the beach were playing in the water, near the shore; and throughout this time. For the rest, the observation and the wait replaced the action.
Entering in the third week, a small tempest was coming for the North Atlantic. For Tuesday, the meteorological services were assuring rains and a decrease of the temperatures. With this scene the good conditions to do surf seemed to come back, just remained to know which would be the reality of the sea.
The week began with small storms at the last hours of the day. On Tuesday, the time had improved slightly and the clouds of a white greyish color were occupying part of the landscape. The Sun warmed up to the midday and in the evening, the clouds; already with a dark colour, were occupying most of the sky. A sticky hot was encouraging to take a bath. With these conditions, I went to the beach. Cars were going and coming; looking for a place where to park, people walking, chatting and occupying up to the last tile of the locality. Surfers already dressed for the water, with the equipment under the arm, were trotting towards the sea. This way, Somo was living the last week of August. On my own, I just wanted to enjoy all the moments of surf; if the waves would be back.
Coming to the main parking, I found a hollow, parked the vehicle and went to the water. The rugose and sedative tact of the sand was accompanying to a constant and chaotic noise that was hearing distantly. The image erased the recollections of the moderate wait and a quiet happiness paralyzed me an instant. Along the sandbank the waves were coming in series, surfers in each place of the water; doing maneuvers, waiting, chatting. The abundance of zones made that the choise was difficult. I prepared the equipment and walked quickly up to the water. Placed to hundred meters, to the right of the entry, I found a slightly empty place. I rowed with good pace , raising water slopes, doing the duck, up to coming to an quite area.
In spite of having clouded over the day, the people were continuing in the beach. A gabble of joviality was observed from the water. At two hundred meters of the shore, I felt to fall a few drops. One thin rain crossed the distance that exists up to the chalets of the beach line. By then, half of the people had picked up their packs and had left. Later the dampness had higher weight.